miércoles, 26 de mayo de 2010

Zapatos colgados

Es difícil comenzar este encargo. No siempre es sencillo por más talento que uno tenga. Pero bueno, hay que empezar de alguna forma.

Los zapatos. ¿Hay prenda más necesaria? ¿Cuántos pasos damos? Sin metáfora. Si son para subir escaleras dicen que te dan más días de vida. Pasos para contar el momento decisivo, cuando los duelistas se enfrentan. Los pasos equivalen a pies. Pies como unidad de medida anglosajona. Pies para medir estaturas; pies para medir la profundidad de la sepultura. Los once pasos como distancia que separa al goleador de la gloria. Según la sabiduría del Profesor Töefelsdrock los trajes nos distinguen. Como parte de los trajes están los zapatos. Los zapatos deportivos que no los compran los deportistas. Los zapatos límpidos del estudiante de medicina. Las botas del soldado, del cantor de música folclórica, las de un Presidente latinoamericano que las usa de charol durante una recepción internacional de gala en un palacio europeo. Las zapatillas de mujer: tacones altos y puntiagudos según el canon de la moda contemporánea. Cuántas evocaciones. Cada palabra, nutrida de significado, se enuncia y con su presencia llama a otras tantas. Forma familias de significación. Se escribe “zapato”, se atribuye a un personaje y la evocación se multiplica: El comprador compulsivo, el adolescente que anhela el reconocimiento gremial con la adquisición de los tenis que anuncia el héroe deportivo. La cirugía en ciernes. El impostor en una familia. Las balas, la represión, el orden, la sobriedad. El discurso del dictador que anuncia que el pueblo ha recuperado gracias a sus esfuerzos la libertad que el gobierno liberal le había arrebatado. Las borracheras, las luces y sombreros. Un cuento de Rulfo… y también Luvina. A pesar de sus bondades hay quienes se enfadan y los menosprecian. Hay quienes prefieren sentir la tierra directamente con las plantas, sembrar su camino, dejar que los que vienen detrás cosechen sus pasos. Recuerdo a un profesor que amaba los hermosos pies de los negros en Jamaica quienes llevaban alegremente los zapatos en las manos; estaban forzados a usarlos cuando entraran a los edificios públicos. Mi hermana escenificaba dramas con los zapatos de la familia. Los maltrechos estaban relegados al papel de la servidumbre y los lustrosos, que eran escasos, al de adinerados petulantes; yo hacía otro tanto con las piedras; siempre eran pequeñas y de colores. Aunque mi afición era castrense. He visto bolsas cebadas con decenas de zapatos viejos, costales que a veces se iban directamente a la basura. En otras ocasiones pasaban primero el escrutinio de mi madre para su labor altruista. También vi zapatos avejentados tirados cuando caminaba con mis amigos. El objetivo de un juego con reglas tácitas era decir primero el nombre del camarada y observando el calzado en el suelo añadir: “no te vuelvo a comprar”. ¡Cómo olvidar las zapatillas mágicas! Aquellas que hacían danzar por días enteros y con garbo a su portador, o las botas de las siete leguas. Acaso también deba incluir las sandalias de Mercurio. Es necesario que la humanidad recolecte al menos en recuerdo aquellos zapatos, zapatillas, botas y demás género de calzado que debe preservarse per secula seculorum. Esta indumentaria será la diferencia y nos dará un lugar de distinción en el baile infinito de las esferas. ¿Por qué no rescatar a la manera del coleccionista del Vaticano las botas del primer caído en la toma de Berlín en aquella guerra que fijó el giro del orbe? ¿Qué decir del cuero que cubrió los pies del primer explorador del Amazonas o del primer bocado de los gurmets locales? También debemos de considerar al zapatero que formuló las críticas a la escultura de Apeles y que confinó a los de su oficio a sólo dictaminar en materia de suelas, tacones, ojales o piezas semejantes. Opino que de igual forma se consideren las botas con espuelas o sólo éstas y junto con ellas algunos trozos de piel de corceles históricos. Qué tal los de la carroza robada a Febo o si de hurtos se trata, los jirones de las carnes del rucio robado y vuelto a recuperar de Sancho. Como vanguardia de esta sugerencia que muy pronto tomará un eco robusto puedo decir que he visto colgaderas de zapatos homenajeados en los cables de alta tensión. Algunos certeros saeteros o aspirantes del regimiento de soldados con armas arrojadizas lanzan con destreza, como si fueran boleadoras de la pampa, pares de zapatos unidos con nudos diseñados por Gordio, se enredan en los cables y su estampa nos permite asomarnos a la selección estricta que dominará la recuperación del género humano de sus más celebres calzadores. Hasta ahora han sido anónimos tanto el lanzador como el personaje que se calzó las hechuras colgantes, pero no por ignotos se podrían atribuir a simples parias o vagabundos. He advertido tendidos al vaivén del viento de septiembre zapatos de un muchacho que anotó diez goles en una tarde de cascarita. El tributo merecido es que se retiren sus tenis agujerados para que se inmortalicen en los aires. ¿Qué acaso los zapatos hambrientos cuya punta chata se separa de la suela como adición o mejora a los sistemas de ventilación que se experimentan en la fábrica que produce los Ferragamo y que rescataron a una doncella de la mordida del perro de la colonia no han obtenido ya suficiente mérito para colocarse junto con los faros rutilantes ceñidos a los cables? Es más, dejarlo a la buena voluntad de los conocedores me parece temerario; pugno por que se legisle sobre el particular. La regulación sería la solución. Los sistemas de acceso serían rigurosos y no cualquier individuo podría colgar sus tenis en vida. Me encargaré de que mi diputado local lleve al Congreso este clamor que pronto será exigencia nacional. Por lo pronto, me conformo con ver esas esferas irregulares girando y saltando por las tardes, orgullosas y por encima de nosotros.

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