domingo, 4 de abril de 2010

Reflexión sobre el Kybalión

Los siete principios que enseña este libro de autor enigmático son mentalismo (“todo es mente”), correspondencia (“como es arriba es abajo”), vibración (“todo vibra, todo se mueve”), polaridad (todo es dual, tiene dos polos opuestos, lo semejante y lo antagónico, los extremos se tocan), ritmo (todo fluye, asciende, desciende, movimiento pendular), causalidad (toda causa tiene un efecto y viceversa) y género (todo tiene su principio masculino y femenino”). Más allá del encanto, atracción o utilidad que puedan tener cada uno de estos principios en lo individual y en su conjunto, incluso la curiosidad de destacar sus coincidencias con los enunciados de la ciencia occidental de la clase de los principios, dos son las cuestiones que representan para mí un particular interés. La fuente del texto, su idioma, autor, contexto… y la calificación de “principios”, bajo un marco teórico en especial. Concedo que tal vez no sería adecuado juzgar el carácter de “principios” con las reglas de extracción de principios que conoce la teoría del conocimiento desde su sistematización aristotélica (generalización empírica, inducción, ἐπαγωγή —epagogé—…). Sin embargo, la obra no posibilita el reconocimiento de un marco general en el que se inserten estos “principios” a fin de que puedan ser llamados como tales. Podríamos considerar que se trata de primeros principios, aquellos cuya demostración no es necesaria. En sus Analíticos segundos, Aristóteles llamó principios a aquellos que no cabe demostrar qué son. Da por supuesto que significan las cosas primeras y las derivadas de ellas, que es necesario darlos por supuestos, a diferencia de las demás cosas, las cuales hay que demostrarlas. Aceptar que en el Kybalión no se desarrolló un marco teórico propio de los principios que propone o “revela”, y ni siquiera se explicitó en qué tradición de conocimiento particular se podría inscribir su conocimiento, significaría que a su autor no lo estimó necesario, porque se trata de principios que no requieren justificación, lo cual nos regresaría a Aristóteles y a las bases del pensamiento científico occidental, o que simplemente no existe tal marco de referencia teórica más general. Sencillamente se trata de una serie de afirmaciones que forman parte de la fantasía, mitología, religión,… cualquier otro género de ficción. Por más seductoras que puedan aparecer los enunciados generales (“principios”) del texto en cuestión, consideró que no pueden llamarse principios si no existe una justificación teórica que les otorgue este estatus, a menos, que se reconozca que se trata de los dictados de una fe, una creencia, una sistema religioso en particular donde el dogma de la verdad revelada funcione como criterio de autoridad indisputable. Por otra parte, el tema del autor, la época del texto, el idioma en que fue escrito,…, mucho más interesante, permite especulaciones divertidas —debo reconocerlo—, y así entrar de lleno a la pesquisa fascinante sobre libros raros y antiguos. Precisamente como nada de esto es verificable (no hay rastro de los editores, años y lugares de edición, traducciones, huellas del que se podría obtener su original…), nos queda el terreno de la ficción y la invención de fabulaciones novelescas de cripto-Historia, aventuras, anécdotas verosímiles,… esfuerzos de los iniciados por mantener los secretos que fueron revelados en tiempos muy antiguos, materia fértil para el best-seller. Al indagar un poco sobre este tema leo en el capítulo “Los misterios egipcios” del libro Antiguos ritos místicos, que su autor, un teósofo inglés de finales del s. XIX y principios del S. XX, Charles W. Leadbeater, habla de una “Doctrina de la Luz Oculta” predicada por el “Maestro del Mundo” alrededor de 40,000 años a. C.[1] Este ‘maestro’ usó los nombres de Tehuti o Thoth, y fue el mismo que los griegos llamaron Hermes[2]. Se trata del personaje mítico dios-semidios-humano que sería conocido como Hermes Trismegisto (“Hermes, el tres veces grande”) y al que se atribuyen obras de conocimientos metafísicos de carácter esotérico, astrología, alquimia,… la principal de ellos el Corpus Hermeticum. En este sentido el Kybalión sería una recopilación de los principios de la doctrina hermética.
[1] Leadbeater narra que las enseñanzas del Maestro del Mundo son anteriores al Egipto de los faraones. Sitúa el final del primer gran imperio egipcio de origen atlante —sí, el continente-pueblo mítico de Atlántida— con la catástrofe del año 75,025 a.C. Fijó la conquista egipcia de parte de los atlantes hace más de 150,000 años. La primera dinastía del imperio antiguo, del faraón Menes, data del año 3000 a.C. y comúnmente se cree que el inicio de la construcción de las famosas pirámides de la meseta de Gizeh fue cerca del año 2250 a.C.
[2] Hermes es hijo Zeus y la ninfa Maya. Es el heraldo de los dioses; mensajero entre el cielo, la tierra y el infierno. Sus atributos característicos son las sandalias con alas y el gorro de viaje. Es el portador de la vara mágica dorada que conduce a los hombres al más allá (también los adormece y despierta, por ello es guía del sueño). Se le consagró el más rápido de los planetas, Mercurio —nombre con el que es conocido por los romanos—. Embaucador entre los dioses es el protector de los pastores, viajeros, ladrones y comerciantes. Su patronato extendió sus virtudes sobre el arte del comentario y la interpretación —de ahí el término hermeneía y de éste “hermenéutica”.

1 comentario:

  1. La cultura occidental, es acusada por los orientales de mantenerse fiel a la idea de buscar respuestas utilizando la razón para llegar a la aceptación o negación de cuanto se le presenta.

    Considero que con independencia de la veracidad o no de ideas expresadas por documentos escritos por personas de oriente, para los occidentales solo es real lo perceptible por los sentidos.

    Por supuesto podemos otorgar el beneficio de la duda en cuanto a la existencia de dos o más dimensiones o formas de ver la realidad por parte de otras personas, solo como un ejercicio de tolerancia.

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