sábado, 10 de abril de 2010

El cazador. Un cuento (Primera parte).

Cuando el impulsor estuvo listo, por fin se decidió. Esta vez su audacia lo llevaría a un tiempo y una tierra a la vez conocidos e ignotos. Había leído suficiente sobre la geografía de la antigüedad, sobre sus historias y mitologías. Pero la idea de encontrarse personalmente en los bosques romanos del siglo IX a.C. para cazar un fauno lo ponía suficientemente nervioso como para tomar con tranquilidad esta empresa. Desde que logró ganar el juicio contra la avaricia de la aseguradora gracias a sus argucias legales, se había comprometido a invertir el fruto de su éxito en una actividad que dejara su huella personal durante todo el tiempo que este planeta girara sobre su órbita. Su idea era ambiciosa y es justo contar cómo sucedió. Fueron muchos los años, los fracasos y el dinero gastado, pero ahora tenía a su alcance la oportunidad de recompensar su espera, así que decidió escribirla. Según aparece en el diario, esta idea le fue sugerida durante una cena excepcional, por su calidad frugal. La escasez voluntaria de aquellos alimentos le recordó las limitaciones de los monasterios medievales y con ello el escenario imaginativo en que se desarrollaba su vida. El temor constante al pecado y el afán de salvación del alma como guía de la vida terrenal; prejuicios, decía, que fueron transmitidos desde entonces. Las reflexiones continuaron: “…todos los esfuerzos guiados por el estandarte de una mejor vida en el más allá; el amor de los ángeles y el terror al diablo, a la figura pagana de las selvas…”. Sabía que no podía incursionar en los abismos infernales o en el paraíso por medios materiales para capturar una prueba y acabar así con los dogmas que le repugnaban e inscribir su nombre en la Historia. Quizá podría fundar una religión, ser modelo para nuevos templos e íconos… Sin embargo, era consciente de que no podía presentar en un teatro a un demonio o a un querubín. Entonces, se imaginó que sí podía patrocinar el diseño y construcción de la máquina deseada por todos. La que posibilitara el viaje en el tiempo. Contrató un grupo de científicos. Trabajaron con recursos ilimitados, pero terminaron. Ahora que le habían dejado las instrucciones se aventuraba a cazar al diablo. Al menos así presentaría en el teatro de la capital del mundo al sátiro que pudiera localizar y someter y presentar como tal. Su cabeza astada y sus patas caprinas, palpables a la multitud, y sometidos a los rigurosos exámenes científicos de los expertos le darían, pensaba. la inmortalidad: el domador del mal en este plano físico…

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